Saludo de Jacques Delors

He recibido con especial afecto la invitación del Fórum Europeo de Administradores de la Educación para dirigirles en Asturias, con ocasión de su encuentro anual, unas palabras de ánimo.
Me ha sido imposible desplazarme y poder saludar personalmente a los equipos directivos, al profesorado y a los administradores de la educación que se reúnen durante estos tres días de diciembre. Lo lamento sinceramente por tres motivos: por el interés de los temas a debate, por la vinculación establecida con los premios a la calidad de programas educativos que este Forum inaugura, y también porque hubiera podido tener la oportunidad de estar en Oviedo, donde hace ya 12 años fui honrado con el Premio Príncipe de Asturias que recuerdo con especial cariño. Tengo que conformarme con enviarles este mensaje escrito.
Dentro de unos días 290 millones de europeos y europeas van a llevar a cabo una revolución que impulsará, sin duda, muchas otras: el uso de una moneda única constituye el hito simbólico de una unión cada vez más estrecha. Estoy seguro de que este hecho servirá de refuerzo a otras iniciativas ya avanzadas: un espacio jurídico de libertad y de seguridad en constante progreso, una coordinación de las políticas económicas y sociales que se hace cada vez más firme, un nuevo marco para la movilidad de las personas y muchos otros vínculos que contribuyen a reforzar un sueño europeo que se empezó a formular hace medio siglo y que nunca hemos sentido tan a nuestro alcance como hoy. Este futuro inmediato debe darnos confianza y hacer que nos sintamos orgullosos de esta Europa que se está construyendo y reafirmando. Una Europa que se nos presenta como una comunidad de valores.
Este momento es, pues, propicio para reabrir el debate sobre los retos más delicados de la Educación en el siglo XXI. Un debate que siento muy cercano a mí, que se está produciendo en una organización que lleva un nombre que también me es particularmente próximo; porque un foro europeo de la educación constituye un espacio de debate de la sociedad civil, hecho que considero del máximo interés.
El momento y el marco invitan a unir estas dos ideas: la de la afirmación de los valores y la de la sociedad civil de las que, ligadas al mundo de la educación, sólo cabe esperar puntos de encuentro.
Permítanme, pues, exponer algunas ideas sobre los valores que merece la pena promover y afirmar. Citaré tres: Aprender a vivir con los demás, dar vida a las comunidades propias y superar el marco de la modernidad.

Aprender a vivir con los demás

Aunque es una aspiración omnipresente, adquiere una nueva dimensión en este momento de debate sobre la justicia social en el que el mundo se empequeñece bajo el efecto de la globalización.
La UNESCO confió a una comisión internacional que reflexionase sobre la educación en el siglo XXI. Esta comisión que yo presidía, estaba formada por personalidades de todos los continentes y elaboró un informe con el título de "La educación encierra un tesoro". Proponía cuatro fundamentos para la formación de los individuos: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a vivir con los demás. Como justificación de este último punto, el informe explicaba lo siguiente:
"Se trata de vivir con los demás desarrollando el conocimiento del otro, de su historia, de sus tradiciones y de su espiritualidad. Y a partir de ahí, crear un espíritu nuevo que, precisamente gracias a la percepción de nuestras interdependencias y a un análisis compartido de los riesgos y los desafíos del futuro, impulse la realización de proyectos comunes o una gestión pacífica e inteligente de los conflictos, a veces inevitables, que puedan producirse".
Ahora que vemos que en nuestros países y en el mundo entero se habla a menudo de exclusión, nuestro deber es más que nunca comprender al otro, aceptar las diferencias y combatir las desigualdades construyendo un auténtico pluralismo.
Dicho de otra manera, vivir de verdad con los demás implica compresión, rechazo de cualquier discriminación y rehabilitación de la confrontación democrática, radicalmente opuesta a los métodos espontáneos de conflicto de las fuerzas económicas o sociales, que siempre son sinónimo de imposición.

Dar vida a las comunidades propias

Al abordar este tema no quiero alejarme de los principios a los que acabo de referirme: a la importancia de las raíces y de los referentes propios frente a la tensión entre lo global y lo local que crea individuos solitarios entre la masa de la humanidad.
Debemos construir comunidades en las que cada persona pueda realizarse y sentirse a gusto. Construir y a veces reconstruir esos entes colectivos.
Hay muchas líneas de investigación al respecto que hacen imposible su análisis, sobre todo porque no hay un camino único para lograr el éxito: puede ser que se pretenda reconstruir células familiares o que el objetivo sea el lograr que los asuntos colectivos puedan dirimirse en un ámbito más próximo a las personas logrando así un sentimiento claro de pertenencia a la nación o incluso la construcción de nuevas entidades supranacionales. La base filosófica es la misma: El hombre no podrá ser completamente humano si rechaza la inserción en la sociedad o si es rechazado por los demás. Son necesarias para ello no sólo políticas de educación sino de familia y de organización de colectividades.
Es, sin lugar a dudas, el único modo de combatir el exceso de individualismo y las nuevas formas de exclusión social.
No quiero dejar pasar esta oportunidad sin referirme a las lecciones que podemos sacar de los 50 años de construcción europea. Lo que empezó siendo sólo un deseo de no consentir nunca más una guerra entre nosotros, cosa que hemos cumplido todos los países miembros, con el inestimable aliento de numerosos militantes y visionarios, con la multiplicación de intercambios, y con las solidaridades reales, ha conducido a una mejor comprensión entre los pueblos que han participado. Ahí está el nacimiento de la idea de pertenencia a una colectividad que va más allá de la nación: un aprendizaje de unidad dentro de la diversidad, un internacionalismo abierto y real.

Superar el marco de la modernidad

Sin insistir en el debate filosófico, se puede decir simplificando mucho que la modernidad significa la ruptura con el pasado y más concretamente con fases históricas en las que se afirmaba una concepción transcendental de la existencia.
Esta definición es mal entendida en occidente. Lo explicaré más tarde. Pero lo que es más importante: es una cuestión que genera debate fraterno con las culturas del oriente porque precisamente es allí donde se ha desarrollado una corriente intelectual que defiende que la llegada de la sociedad moderna no es incompatible con la conservación de los valores y las prácticas inherentes a antiguas tradiciones y a una cierta concepción del lugar que ocupa el hombre en el universo.
Ruptura y continuidad. Parece más lógico que la síntesis entre estos dos términos, a priori opuestos, venga de la China o de la India que de los Estados Unidos y Europa, ambos inmersos en el hedonismo y el materialismo. Por esta razón, creo que hay que multiplicar los puentes entre Occidente y Oriente.
Llamo su atención sobre el peligro de confundir los dos debates; uno trata de la aceptación de los dos parámetros de la modernidad que son la ciencia y la democracia y el otro sobre las finalidades últimas y los valores supremos.
La obsesión anti-modernidad no facilita en absoluto la búsqueda de soluciones a los problemas. Es inútil protestar contra un universo dominado por el narcisismo, la tecnología, la estandarización y la sociedad de masas. Se trata de recuperar su control en el nombre de los valores que trascienden el progreso técnico y material.
¿Cómo podemos lograr que el hombre moderno, víctima de sus propias obras y a menudo alienado por ellas, pueda de nuevo amaestrarlas y dotarlas de sentido, del sentido del bien, o del sentido de lo bello?.
Quiero volver ahora a la memoria, a la historia de la Humanidad, a sus momentos de optimismo, de decadencia, a los periodos trágicos en los que el mal parecía invencible. Tenemos que asumir que somos los herederos y los continuadores de esta historia y que tenemos que responsabilizarnos de dar a conocer lo que la humanidad ha aprendido de sí misma y de las consecuencias que se siguen para su devenir futuro.
La modernidad no consiste en romper con el pasado, ni repetirlo disfrazado de progreso científico y material. La reconquista de nuestra historia puede convertirse en el camino que nos conduzca a un progreso humano cargado de sentido a pesar de su fragilidad.
Este es mi mensaje de ánimo para las Jornadas del Forum Europeo de la Educación. Les ruego que lo interpreten como una incitación a perseverar en la negativa, tan clara como la he percibido en su programa, a toda clase de segregación o de exclusión en la educación; de apoyo a la riqueza de la pluralidad y la diversidad de vuestras comunidades, y de búsqueda de nuevas fórmulas de adaptación al ritmo de las transformaciones técnicas del nuevo siglo sin sucumbir a nuevas alienaciones.
Y, sobre todo, quiero hacer un acto de fe en la dignidad del hombre y en el carácter irreductible de cada persona humana.
Jacques Delors. Diciembre de 2001